miércoles, 29 de mayo de 2013

Una tarde de otoño cualquiera

Esta oscuro cuando llego. Deben ser las nueve o las diez, no estoy seguro. Hace frío para sacar las manos de los bolsillos de la gabardina.

Ya he olvidado las copas que he tomado en este bar. Recuerdo que sonaba Bessie Smith cantando St. Louis Blues con el primer trago de bourbon. La voz de aquella mujer era como una cuchillada en el alma. Amé el blues al primer momento, después vino el jazz.

Algunas de las paredes están llenas con fotos de leyendas del jazz que hicieron literatura con su voz y con sus instrumentos. Aquellas notas que Lester Gordon sacaba a su saxo tocando "Body and Soul" o el “Kind of Blue” de Miles Davis.

En aquel tiempo tras la barra despachaba los espirituosos una camarera con unos ojos que hacían perdonar cualquier error de su pasado y unas pestañas capaces de tutearte desde el primer momento. Recuerdo que una vez me abofeteo con un beso.

Aquella barra estaba llena de marcas, como aquellas manchas de las lágrimas y de los daiquiris de aquel anciano que vestía como un mafioso y que no podía evitar compartir cada vez que recordaba la pelea de Frazier –Ali del 71. Un día desapareció y nos dejó a todos con su incógnita y una historia que contar. En fin hay gente que prefiere llenar su vida de objetos, de muebles, yo como él también me quedo con los recuerdos y las emociones.

Una señal. Otra vez ex aequo Bessie Smith y unos cubitos de hielo en un vaso,  el reloj dice que es la hora, y una voz conocida que esta corre por cuenta de la casa.

Fuera llueve despacito, como en un blues mientras desabrochan las calles.

martes, 21 de mayo de 2013

Bogey y Bacall

Me encanta esta foto, como mira ella, sus manos. Me encanta "Tener y no tener"

CAFÉ?


Tenía pensado rehacer la cama una vez hubiera terminado el primer café de la mañana, que  empezaba a enfriarse huérfano en la cocina.

Uno o dos instantes antes de cualquier otro instante comenzó a respirar de forma atropellada, la cama ya no aliviaba la ansiedad. Notaba como el corazón se iba acelerando poco a poco, haciéndose gigante, el liviano edredón de plumas ahora parecía ahora una losa, un espacio entre dos realidades. La sombra pasó y tras ella nada.

Quiero tomarme el café sin ser notada.

Sentada sobre el borde de la cama con un gesto que duró más de lo común, las manos aferradas a las sábanas recién compradas, lloró un par de lágrimas silenciosas, sin sorber, sin atreverse a llevar las manos a las mejillas para sofocar el leve cosquilleo.

Que tonta- pensó

Estiró las manos hacia el techo, parecieron diez horas hasta sentir las yemas de los dedos. Debía darse prisa el tiempo se le echaba encima. Un movimiento natural se incorporó de forma audaz.

Justo enfrente tenía enmarcada aquella foto firmada de Bogart y Bacall en “Tener y no tener” que compró en un mercadillo de Nueva York. Aquella foto en la que ambos se miran como si el mundo se hubiera parado en ese momento, aquella en la que las manos de Bacall le aferran en un beso congelado para la historia.

Siempre le gustó esa foto.

Su estómago le recordó que aún no había desayunado, unos pasos medidos la acercaron a la cocina.

El café se dejó atrapar de forma misericordiosa, salvado del frío y la insipidez dando una tregua a su estómago. El propio gesto, insignificante en si la hizo sonreír. Sintió su pecho irse hacia delante.

El timbre de la puerta hizo que mirase el reloj colgado en la pared.

-Pero aún estás así, en pijama.

-Ya te vale Marta, vas a llegar tarde hasta tu propia boda.

¿Cuántos instantes habrían pasado desde su primer pensamiento hasta este último?

Las mujeres flotaron como moléculas, entre un guirigay de risas. Ella dejo caer suavemente la taza sobre la mesa.

jueves, 18 de abril de 2013

La Magdalena y Ara Malikian

Me dolía la cabeza.  Durante toda la noche no me había podido quitar de la cabeza la carta de Lourdes, decía que quería verme, después de tantos años, tenía esa sensación de la primera vez, cuando te cruzas con quince años con la chica que te gusta y te sonríe.
Aquella mañana empezó a llover a traición, y para no variar el único paraguas que recordaba como mío se encontraba en paradero desconocido.
Aquel café era como Cheer's, era popular por dos cosas, sus magdalenas y que al estar cerca del Teatro Real cualquier mañana te podías encontrar a Placido Domingo desayunando o una noche antes de su función a Héctor Alterio tomando un gintonic.

A mí, la verdad me gustaba también por que me pillaba cerca de la oficina y por que  estaba absolutamente enamorado de una vieja Juke-Box  y su música. Nadie en el local recordaba de donde había salido, pero bastaba una mirada a las listas de selección para notar el buen gusto que tenía almacenado, Billie Holliday, Charlie Parker, Frank Sinatra, un mundo de vinilos en la era digital.

Como era de esperar, al llegar a la puerta del café estaba hecho una sopa, chorreaba agua. Un sonoro estornudo que no presagiaba nada bueno, sustituyó al habitual buenos días.

La mañana no empezaba nada bien, no señor.

Tampoco ayudaba aquel tipo cetrino que en la puerta de entrada sacudía su melena como uno de esos perros de agua,  que salpican a diestro y siniestro sonriendo, tuve que esforzarme para ganarle la posición en la barra.

-Café y una de arándanos Paco. Sonó como una súplica. Toalla seca por cortesía de la casa.
-Te pongo la última, hemos vendido todo.
-Yo también quería una. Sonó un acento de fuera. También parecía una súplica.

Una sonrisa de triunfo atravesó mi cara de lado a lado, inmisericorde. Mientras sonaba la cafetera, aquel tipo puso encima de la barra un estuche negro, y despacio fue liberando los cierres,  ya había conseguido atraer mi atención en la puerta, pero ahora era irremediable no fijarse, y más despacio aún, retiró un paño de color rojo,  dejando a la vista  un reluciente violín y su arco, en unos segundos lo tenia en su hombro… y casi sin darme cuenta empezó a sonar.

Reconocí de inmediato los acordes del Vals Triste de Sibelius, poco a poco las notas  empezaron a llenar todos los huecos vacíos de la cafetería, y como el flautista de Hamelín todas las miradas se clavaron en aquel cabello negro que se movía al compás del arco sobre el violín, nadie se dio cuenta cuando dejo de sonar.

Fue irremediable, y  aquella magdalena de arándonos acabo al lado del té de aquel individuo. Terminó su consumición con una sonrisa y como había entrado se marchó. Luego, mientras consolaba mi hambre con un cruasán, Paco me puso al día. Me dijo que se llamaba Ara Malikian, y que cada vez que venía a tocar al Real le gustaba desayunar allí, siempre lo mismo, una magdalena de arándonos. y si alguna vez pasaba lo de hoy, sacaba su violín y tocaba esa pieza.

Debo reconocer que me gusto. Voy a llamar a Lourdes e iré al concierto a ver si toca el mismo vals, y si me da tiempo reclamaré mi magdalena.
Ara Malikian


Revisado de una entrada anterior que desapareció de un día para otro sin venir a cuento y a modo de pequeño homenaje al genial violinista Ara Malikian y a una de mis piezas favoritas de Sibelius

jueves, 14 de marzo de 2013

Piernas, medias y zapatos de tacón


Conocí a Marta la mañana siguiente a nuestra noche de bodas, mientras se vestía.

Puedo decir que recordaba casi todas las partes de su cuerpo, pero hasta ese momento no me había fijado en sus piernas, en sus tobillos, esa periferia que sostenía su espléndido cuerpo.

Quizá la luz, o el momento, pero hoy veo su feminidad en pleno, exquisita, de hembra expuesta, sentada en el abismo blanco de las sábanas revueltas, aguanto el deseo esperando que su mirada no se cruce con la mía en estos instantes, mientras noto como el corazón se me acelera como si fuera primera vez que la veo vestirse.

Mientras ajusta de una forma delicada la seda, al empeine, ahora el tobillo y así cada una de las curvas que son sus piernas.

Debo reconocer que siempre he admirado las piernas de las mujeres, creo que la culpa la tiene aquellas viejas mesas camillas en las que cuando éramos  pequeños nos escondíamos. 

Parece como si ella lo intuyese y se regodea en la parte esa tras las rodillas que ningún hombre recuerda como se llama.

Después esa estrecha falda de tubo, que casi inmoviliza esas piernas ya sedosas, esclavizando los primeros movimientos con pasos breves.

Después, esos tacones altos, la oscura popa de sus zapatos, inseguro paso que afirma su altura, la veo desde una esquina agazapado,  me gustaría creer que sus caderas agradecen ese minúsculo apoyo, una mujer andando de espaldas es un prodigio, entonces si se vuelve, si te sorprende en ese instante furtivo el momento se vuelve cósmico.

-¿Qué miras tonto?

Sonrío, no sé muy bien que decirle. Y me sale de repente, que hoy la veo la rotundidad de sus curvas, que está más sensual que nunca, cómoda. Ahora es ella la que no sabe que decir, no hace falta, veo sus ojos.

-No tardes, dice.

 Veo como gira la espalda sobre sus tacones, se aleja despacio dejándome ver sobre el suelo las minúsculas huellas de su reciente memoria.

martes, 12 de marzo de 2013

Soledad y Silencio


Hoy he vuelto a soñar con ella.

Estaba de nuevo sentada al borde de la cama, puedo ver la tristeza en sus manos mientras sostiene un papel amarillento, una carta leída tantas veces que las líneas parecen desgastadas, pero creo que no  le importa, conoce cada una de las palabras, las lleva grabadas en el alma a fuego y hielo.

La veo sentada sobre esa cama que parece recién hecha o por deshacer, aguantando el peso de sus pensamientos sobre unos hombros también tristes, no necesito ver sus ojos ptrara saberlo. Indecisa, a medio vestir, a medio desnudar, su ropa interior sin alardes, estoy seguro de que el osado naranja de la combinación podría ser un regalo de él, un modo infantil de sentirle cerca todavía. El cabello perfectamente ordenado indica mejor gusto.

La veo indecisa, su equipaje aún está cerrado sobre el piso verde de la habitación, o quizá sus maletas estén ya dispuestas para el viaje. Sus cosas, también están dispersas por el cuarto, zapatos, vestido, su sombrero uniéndose a su indecisión.

No parece tener ganas de salir de ese rectángulo que es la habitación de su cuadro.
Sé perfectamente, que volveré a soñar con ella, que volveré a tener ganas de sentarme a su lado, de deslizar sobre sus hombros la manta que tiene a los pies de la cama, de decirle que no pasa nada que a veces cuando el destino juega con algunos hombres estos no son capaces de ver lo que tienen ante sus ojos, aunque quizá si lo pienso un poco, sea porque no hayan hecho méritos  para tenerlo.

Desde siempre me he sentido atraído por el trabajo de Edward Hopper, pero más aún por el retrato que hace de las mujeres, tristes, poderosas, solitarias, pero siempre equilibrando el cuadro. Este es uno de mis favoritos, pero hay más, de los que quizá hablemos en otro momento.

A más ver.

Miguel Ángel.  

Edward Hopper
Habitación de hotel -1931
Óleo sobre lienzo





miércoles, 6 de marzo de 2013

Manhattan bajo la lluvia


Hoy es una de esas tardes de frío, de lluvia con mal genio y cielo gris barco de guerra americano.

Podría escribir estas pocas líneas a mano, sobre papel, la vieja Montblanc aún funciona como el primer día, pero he optado por lo más rápido,  los ceros y unos del portátil.

Quizá debido a los antigripales, los antihistamínicos o cualquier otro potingue que empiece por anti y sirva para reducir este constipado o lo que sea, lo que más me apetece no es la dosis recomendada por el médico, sino un cóctel, y no uno cualquiera, me apetece uno de mis favoritos, un Manhattan.

Siempre me ha recordado a Woody Allen, a Central Park. Hace tiempo alguien me lo presentó y siempre me ha sonado a música de jazz a media tarde, a tardes grises como la de hoy. A bares viejos con sillones de piel y a camareros que recuerdan como te llamas. Cada trago me recuerda a esa ciudad que solo he visto en el cine.

Es profundamente satisfactorio, entrar en un local con maneras de saber lo que hace, mirar al barman de turno, pedirle el trago y que sepa lo que se hace, ver como poco a poco, casi con parsimonia, mezcla el bourbon y el vermut rojo, como se mezclan esas gotas de angostura, y el sonido metálico del vaso mezclador chocando con los cubitos de hielo, - clink, clink –  ver el líquido rojizo que cae sobre el vaso o la copa en el que ya el barman ha puesto la guinda.

El primer trago es áspero, tiene un regusto a conquista, a confeti cayendo en una celebración, luego el sabor se alarga despacio por la garganta, y sabe a cola de espera en un estreno, llega al estómago y el trago brilla como los neones del Radio City Music Hall  anunciando un musical de Cole Porter, parecen disparos sobre Broadway.

La última imagen que no tiene nada que ver, me siento como James Dean, salvando las distancias, esa fotografía  en que se le vemos caminando bajo la lluvia en Times Square, una de mis fotos favoritas de Dennis Stock, donde vemos a Dean bajo una lluvia como la de esta tarde gris, con las manos en los bolsillos descubierto por sorpresa. En la que quizá el también fuera a tomarse un Manhattan.

Me duele la cabeza, me haré la ilusión que es por los Manhattan no tomados y no por el resfriado.

Fuera ya está oscuro y sigue lloviendo, mientras empieza a sonar muy despacio Night  and Day.

miércoles, 27 de febrero de 2013

¿La penúltima?


Podría ser un domingo cualquiera.

El bar se ha debido vaciar hace un buen rato, debe ser tarde, porque las luces están apagadas y algunos taburetes reposan ya sobre la barra, que reluce gris y lustrada bajo los destellos de los pequeños focos que tiene encima, como en aquellas películas de nightclubs americanos, de tipos con smoking y mujeres de trajes entallados que bebían martinis.

El camarero, como buen amigo y dechado de bondades, nos permite apurar sin prisas el trago, mientras cierra caja o repone bebidas. Es una suerte poder disfrutar del silencio, acodados sobre la barra o en ese sitio favorito, ese que echas de menos cuando al llegar unos desconocidos lo han invadido, y parece que la bebida no sabe igual al sentarse en otro lado.

 Es quizá, con mucho el trago que mejor sabe, es el que permite contemplar nítido (o no) los misterios de la vida, de las mujeres o de aquellas películas, a esas horas el deporte está vedado. Es el trago preciso.

Justo ese momento también, cuando ves de reojo la cara del barman, queda poco para el momento de decir adiós, el hielo se ha derretido en el vaso de whisky o gintonic y es probable que algún ron cubano, de esos que se guardan detrás de las botellas dedicadas a los no iniciados en las bondades del trago bien elegido.

Es un momento de serenidad

Un vistazo rápido y te das cuenta que el “el hacedor de pócimas” el “druida”, ha desaparecido, quizá absorbido entre sus cuentas, o los quehaceres tardíos, hay unos segundos de silencio y entonces empieza a sonar muy bajito “Round Midnight” de Dexter Gordon como una señal premonitoria, es justo cuando entre las notas del saxo oyes el hielo caer en los vasos y una botella descolgarse de su estantería, es entonces cuando una silueta conocida se acerca a esa última  mesa, cuando oyes esa voz conocida:

-¿La penúltima chicos?




miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Quién teme a Virginia Woolf?


Babum, babum, babum…
Puedo oír como late mi corazón. No consigo dormir, me siento enfermo, la alergia ha empezado pronto y respirar se convierte en un triunfo, o una meta.
La luz del despertador marca las tres y media, y unos jirones de luz de la farola en el exterior cruzan el cuarto iluminando un cuadro al fondo. Creo recordar que es el que me regalaron George y Martha cuando estuve en su casa de Nueva Inglaterra. Había recalado en la universidad de Nueva Cartagena para terminar mi tesis de historia.
La primera vez que los vi me recordaron de inmediato a Richard Burton y Elisabeth Taylor, los dos tenían esa  mirada intensa y salvaje de dos seres que se odian, pero no pueden estar el uno sin el otro. Se contaba por aquel entonces en el campus la última fiesta, era notoria la afición de ambos tenían por el alcohol.
Antes de conocerlos me habló de ellos uno de los profesores de biología, Nick se llamaba, contaba que George y Martha le invitaron a él y su mujer a las últimas copas nada más llegar, por aquel entonces eran los nuevos. Contaba, que no hubo ni un momento en el que no se sintieran manipulados, agredidos, era como una película en blanco y negro de Mike Nichols, que sería una película excepcional, dura, pero excepcional.
Mientras hablaba yo imaginaba  la situación en sucesivos planos, llenos de miradas de odio y whisky o bourbon o coñac, daba igual. Con cada nueva copa un trapo sucio con el que golpearse, llego un punto en el que incluso ellos dos, Nick y su mujer se vieron envueltos, manipulados por la pareja.
Durante  un  momento, creo que el sueño por fin llega, me vence, pero solo es un espejismo y busco con avidez el medicamento para descongestionar mi nariz. Oigo como los vecinos de al lado llegan, los tacones de ella y la recriminaciones de él. Estoy tan habituado que casi puedo adivinar cuando callan, cuando sus espaldas se oponen en la cama. Y sigo recordando aquella vieja historia.
Contaba aquel tipo que fue su noche más larga, que incluso con todo aquel alcohol que bebieron no pudo olvidar lo juegos crueles con los que se obsequiaban sus anfitriones, humillación tras humillación, agresividad, pasividad, violencia mutua. Llegaron hasta inventarse un hijo no nacido, con el que se manipulaban, con el que seguían humillándose. George, harto, vencido, buscando la venganza final, uso su comodín, decidió “matar a hijo” ahí se terminó todo, ahí cayeron las defensas de ambos, para Martha era tan real ese hijo, como si cumpliese años ese día, lo notó de inmediato en la mirada de ella, en sus lágrimas. Ellos se fueron amanecer, rendidos. Un último vistazo, hacia la ventana, allí estaban confortándose, entre la tristeza provocada.  No volvieron a verlos.
Yo los conocí un día antes de volver, en aquella casa que yo no había podido quitarme de la cabeza después de la historia de Nick. Los encontré más calmados, amistosos incluso aplacados por la edad. Recuerdo ese cuadro colgado en el estudio, y mi sorpresa cuando me lo ofrecieron como regalo de despedida. Aunque tenía curiosidad por comprobar aquella historia, no había necesidad. Sus ojos lo decían todo.
No sé por qué he recordado esa historia, me siento cansado.
Ahora me zumban los oídos, siento el peso del sueño y de los analgésicos. Me acomodo la almohada. El despertador marca las cinco, se han apagado las luces de la calle y la habitación se queda a oscuras, solo veo tonos grises. No hay ruido, y una cancioncilla comienza a repicar como un mantra en mi cabeza mientras me duermo:

--¿Quién teme a Virginia Woolf, Virginia Woolf?

domingo, 17 de febrero de 2013

Días de vino y Rosas


Anoche soñé en blanco y negro, algo extraño, porque últimamente he soñado en color y scope.
Veía un bar atestado de gente, ruido. Un tipo buscaba chicas por teléfono, ruido entre planos medios. Apareció una mujer rubia, orgullosa, se parecía a Lee Remick, (equívocos), después olas, mar y olor a whisky, y futuro sexo contenido.
Me dolía la cabeza, no me sienta bien el mar y no soy buen bebedor, una vuelta en la cama.
La misma mujer. Más planos medios entre sombras grises, y un calor intenso en mi mejilla, ella le golpea. Silencios,  miradas. Arrepentimiento, más planos medios, atracción. El tipo ahora intenta convencerla con más miradas tramposas, sonrisas, más miradas de hermosos ojos verdes, más alcohol. Ella sucumbe, entre el encanto del tipo y sus primera copa “brandy Alexander con chocolate” más alcohol, palabras entumecidas, casi puedo notar el peso de la pequeña botella de bourbon el bolsillo de su abrigo.
Escucho sus palabras intentando atraparla, pero yo solo veo sus ojos. Más bourbon.
Aunque sé que es un sueño, a mí también me duele la cabeza, puedo sentir su resaca salvaje. Noto la garganta  áspera.
Otra vez veo los ojos verdes de ella, cuando el tipo, que se parece a Jack Lemmon, ya ha tomado posesión de su apartamento. Primer beso. Sonrisas.  Ella ya ha sucumbido. Aparece el padre de ella, sabe que la ha perdido, lo dice su mirada. Tiene miedo, se han casado. -Ahora soy yo el que siente la resignación y el odio del padre-, no le importa ella quiere beber.
Elipsis radical, ahora veo una hija. Más fiestas, más alcohol, me impresiona mucho su cara, el cambio, su agobio, sigue bebiendo, bebiendo.  Sólo. El busca la redención, con unas flores robadas, sonrisa estúpida esa que aparece cuando se van de las manos las copas. Explicaciones, excusas, más escusas. Voces. Llanto.
 Esos ojos verdes ya no brillan,y ella no sonríe y bebe para acompañarle, para no perderle. Ya no me gusta este sueño. Veo a Lemmon caer en picado, beber, más y más, ahora ella también bebe y cae.
Otra elipsis, la niña ha crecido y la mujer que se parece a Kristen Arnesen, cada día se parece más a él. Ha roto su vida. El ve su imagen en un cristal,  ve la sombra que se parece a Joe Clay, destrozado. Un momento de lucidez.
Ofrece cambios, promesas, más tentaciones, espejismos. Otra vez caída a los infiernos, esta vez en picado.
Veo su cara cuando lo internan, camisa de fuerza, veo todos los demonios del alcohol, de la culpa, quizá en su cara. Impresiona, aunque sea  un sueño.
Me quiero despertar.
Un desconocido le empuja a levantarse,  lo acepta, lo comprende, él fue su igual.  Acepta su problema mientras con un sudor frío. Redención. Ella no ... se aleja. Siento su debilidad su angustia, de nuevo. No puede seguir así, la quiere, incluso así, ebria.  No puede olvidar. Veo su culpa abrasando sus entrañas, cuando le intenta convencer otra vez del paraíso alcohólico con recriminaciones, 
Sus ojos, que murieron hace tiempo ahogados en un vaso de ginebra. Le culpa, y el se siente responsable, sucumbe al infierno de la humillación y de su amor por ella. Más humillaciones.
El ángel anónimo le rescata otra vez del infierno conocido. Ella no ha encontrado, no ha querido el camino, sus ojos no mienten. Confesiones. Dolor. Lágrimas. Manipulación. Firmeza. Adioses, más lágrimas.
Despierto a tiempo de ver una ventana, el neón de un bar iluminando la noche. Unos ojos humedecidos. Esperanza. Estoy seguro de haber visto una película excepcional en un mal sueño,
Fundido a negro.


 largos son los días de vino y rosas, de un nebuloso sueño, surge nuestro sendero. Y se pierde en otro sueño –

domingo, 3 de febrero de 2013

Querido Humprey Bogart:


Despertó mientras la lluvia azotaba  la ventana de la habitación.
 
Las primeras décimas de fiebre habían comenzado su trabajo a lo largo de la madrugada, otra vez había soñado con Bogart, el Bogey de Casablanca, del El Sueño Eterno, de  La reina de África, siempre pensó en él como el hombre.
Unos jirones de luz grisácea se estancaban en su cabeza ofreciendo una atmósfera irreal a la madrugada. El suelo de la habitación estaba helado, pisarlo fue como si docenas de alfileres se clavasen en la nuca todos a un tiempo.
 
El espejo del baño le devolvió inmisericorde la expresión indolente de esas personas que han perdido algo y no tienen interés alguno en volver a encontrarlo. Fiebre
 
Aún resonaban retazos de la conversación de la noche anterior con Manuel, -que si no podíamos seguir así, - que si esto no era lo que habíamos acordado, etc., etc… mientras fijaba la mirada perdida el fondo de su vaso como si buscase cada una de las excusas con las que le estaba obsequiando. Lo que no conseguía recordar era como habían llegado a ese punto, pero ya daba igual, los hombres no saben que decir cuando se les rinde el destino, y lo que es peor a veces no saben cómo merecerlo. Se produjo un silencio largo y aturullado en la mesa.

Llovía débilmente, pero sin parar cuando salió sola a la calle.

Levantó despacio las solapas de la gabardina y comenzó a caminar, la ciudad entera brillaba bajo los efectos de la lluvia y los primeros neones de los locales cercanos. En aquellos momentos esa ciudad parecía tan desamparada como lo estaba ella, dolida, pero no débil.

No recordaba cuanto tiempo había pasado caminando, pero la puerta le resultaba familiar, había llegado a su casa. Unos leves escalofríos la devolvieron a la realidad, el agua empapaba cada uno de los centímetros de la gabardina hasta su vestido nuevo, y ahora solo le era prioritaria la promesa de un  sueño reparador y nutricio de un Cola-Cao con galletas, y un analgésico, sentía la cabeza turbia.

Sucumbió de inmediato al cansancio, a la lluvia, a la nostalgia de los deseos.  Así hasta este momento.

Sonrió frente a la ventana de la habitación mientras la primera luz de la mañana se filtraba densa entre la lluvia, no le importaba el futuro resfriado. Recogió la bata y las zapatillas, mientras  calentaba el primer café de la mañana rebusco entre los cajones del escritorio hasta encontrar unas hojas de papel amarillento de carta.

 Empezó a escribir:
 

Querido Humprey Bogart:

Hace tanto tiempo que te he querido, que he aprendido a querer el recuerdo de ese sentimiento, que me siento condenada a enamorarme de los recuerdos y una de las cosas que más me gustan es recordar limpiamente…