jueves, 14 de marzo de 2013

Piernas, medias y zapatos de tacón


Conocí a Marta la mañana siguiente a nuestra noche de bodas, mientras se vestía.

Puedo decir que recordaba casi todas las partes de su cuerpo, pero hasta ese momento no me había fijado en sus piernas, en sus tobillos, esa periferia que sostenía su espléndido cuerpo.

Quizá la luz, o el momento, pero hoy veo su feminidad en pleno, exquisita, de hembra expuesta, sentada en el abismo blanco de las sábanas revueltas, aguanto el deseo esperando que su mirada no se cruce con la mía en estos instantes, mientras noto como el corazón se me acelera como si fuera primera vez que la veo vestirse.

Mientras ajusta de una forma delicada la seda, al empeine, ahora el tobillo y así cada una de las curvas que son sus piernas.

Debo reconocer que siempre he admirado las piernas de las mujeres, creo que la culpa la tiene aquellas viejas mesas camillas en las que cuando éramos  pequeños nos escondíamos. 

Parece como si ella lo intuyese y se regodea en la parte esa tras las rodillas que ningún hombre recuerda como se llama.

Después esa estrecha falda de tubo, que casi inmoviliza esas piernas ya sedosas, esclavizando los primeros movimientos con pasos breves.

Después, esos tacones altos, la oscura popa de sus zapatos, inseguro paso que afirma su altura, la veo desde una esquina agazapado,  me gustaría creer que sus caderas agradecen ese minúsculo apoyo, una mujer andando de espaldas es un prodigio, entonces si se vuelve, si te sorprende en ese instante furtivo el momento se vuelve cósmico.

-¿Qué miras tonto?

Sonrío, no sé muy bien que decirle. Y me sale de repente, que hoy la veo la rotundidad de sus curvas, que está más sensual que nunca, cómoda. Ahora es ella la que no sabe que decir, no hace falta, veo sus ojos.

-No tardes, dice.

 Veo como gira la espalda sobre sus tacones, se aleja despacio dejándome ver sobre el suelo las minúsculas huellas de su reciente memoria.

martes, 12 de marzo de 2013

Soledad y Silencio


Hoy he vuelto a soñar con ella.

Estaba de nuevo sentada al borde de la cama, puedo ver la tristeza en sus manos mientras sostiene un papel amarillento, una carta leída tantas veces que las líneas parecen desgastadas, pero creo que no  le importa, conoce cada una de las palabras, las lleva grabadas en el alma a fuego y hielo.

La veo sentada sobre esa cama que parece recién hecha o por deshacer, aguantando el peso de sus pensamientos sobre unos hombros también tristes, no necesito ver sus ojos ptrara saberlo. Indecisa, a medio vestir, a medio desnudar, su ropa interior sin alardes, estoy seguro de que el osado naranja de la combinación podría ser un regalo de él, un modo infantil de sentirle cerca todavía. El cabello perfectamente ordenado indica mejor gusto.

La veo indecisa, su equipaje aún está cerrado sobre el piso verde de la habitación, o quizá sus maletas estén ya dispuestas para el viaje. Sus cosas, también están dispersas por el cuarto, zapatos, vestido, su sombrero uniéndose a su indecisión.

No parece tener ganas de salir de ese rectángulo que es la habitación de su cuadro.
Sé perfectamente, que volveré a soñar con ella, que volveré a tener ganas de sentarme a su lado, de deslizar sobre sus hombros la manta que tiene a los pies de la cama, de decirle que no pasa nada que a veces cuando el destino juega con algunos hombres estos no son capaces de ver lo que tienen ante sus ojos, aunque quizá si lo pienso un poco, sea porque no hayan hecho méritos  para tenerlo.

Desde siempre me he sentido atraído por el trabajo de Edward Hopper, pero más aún por el retrato que hace de las mujeres, tristes, poderosas, solitarias, pero siempre equilibrando el cuadro. Este es uno de mis favoritos, pero hay más, de los que quizá hablemos en otro momento.

A más ver.

Miguel Ángel.  

Edward Hopper
Habitación de hotel -1931
Óleo sobre lienzo





miércoles, 6 de marzo de 2013

Manhattan bajo la lluvia


Hoy es una de esas tardes de frío, de lluvia con mal genio y cielo gris barco de guerra americano.

Podría escribir estas pocas líneas a mano, sobre papel, la vieja Montblanc aún funciona como el primer día, pero he optado por lo más rápido,  los ceros y unos del portátil.

Quizá debido a los antigripales, los antihistamínicos o cualquier otro potingue que empiece por anti y sirva para reducir este constipado o lo que sea, lo que más me apetece no es la dosis recomendada por el médico, sino un cóctel, y no uno cualquiera, me apetece uno de mis favoritos, un Manhattan.

Siempre me ha recordado a Woody Allen, a Central Park. Hace tiempo alguien me lo presentó y siempre me ha sonado a música de jazz a media tarde, a tardes grises como la de hoy. A bares viejos con sillones de piel y a camareros que recuerdan como te llamas. Cada trago me recuerda a esa ciudad que solo he visto en el cine.

Es profundamente satisfactorio, entrar en un local con maneras de saber lo que hace, mirar al barman de turno, pedirle el trago y que sepa lo que se hace, ver como poco a poco, casi con parsimonia, mezcla el bourbon y el vermut rojo, como se mezclan esas gotas de angostura, y el sonido metálico del vaso mezclador chocando con los cubitos de hielo, - clink, clink –  ver el líquido rojizo que cae sobre el vaso o la copa en el que ya el barman ha puesto la guinda.

El primer trago es áspero, tiene un regusto a conquista, a confeti cayendo en una celebración, luego el sabor se alarga despacio por la garganta, y sabe a cola de espera en un estreno, llega al estómago y el trago brilla como los neones del Radio City Music Hall  anunciando un musical de Cole Porter, parecen disparos sobre Broadway.

La última imagen que no tiene nada que ver, me siento como James Dean, salvando las distancias, esa fotografía  en que se le vemos caminando bajo la lluvia en Times Square, una de mis fotos favoritas de Dennis Stock, donde vemos a Dean bajo una lluvia como la de esta tarde gris, con las manos en los bolsillos descubierto por sorpresa. En la que quizá el también fuera a tomarse un Manhattan.

Me duele la cabeza, me haré la ilusión que es por los Manhattan no tomados y no por el resfriado.

Fuera ya está oscuro y sigue lloviendo, mientras empieza a sonar muy despacio Night  and Day.