miércoles, 27 de febrero de 2013

¿La penúltima?


Podría ser un domingo cualquiera.

El bar se ha debido vaciar hace un buen rato, debe ser tarde, porque las luces están apagadas y algunos taburetes reposan ya sobre la barra, que reluce gris y lustrada bajo los destellos de los pequeños focos que tiene encima, como en aquellas películas de nightclubs americanos, de tipos con smoking y mujeres de trajes entallados que bebían martinis.

El camarero, como buen amigo y dechado de bondades, nos permite apurar sin prisas el trago, mientras cierra caja o repone bebidas. Es una suerte poder disfrutar del silencio, acodados sobre la barra o en ese sitio favorito, ese que echas de menos cuando al llegar unos desconocidos lo han invadido, y parece que la bebida no sabe igual al sentarse en otro lado.

 Es quizá, con mucho el trago que mejor sabe, es el que permite contemplar nítido (o no) los misterios de la vida, de las mujeres o de aquellas películas, a esas horas el deporte está vedado. Es el trago preciso.

Justo ese momento también, cuando ves de reojo la cara del barman, queda poco para el momento de decir adiós, el hielo se ha derretido en el vaso de whisky o gintonic y es probable que algún ron cubano, de esos que se guardan detrás de las botellas dedicadas a los no iniciados en las bondades del trago bien elegido.

Es un momento de serenidad

Un vistazo rápido y te das cuenta que el “el hacedor de pócimas” el “druida”, ha desaparecido, quizá absorbido entre sus cuentas, o los quehaceres tardíos, hay unos segundos de silencio y entonces empieza a sonar muy bajito “Round Midnight” de Dexter Gordon como una señal premonitoria, es justo cuando entre las notas del saxo oyes el hielo caer en los vasos y una botella descolgarse de su estantería, es entonces cuando una silueta conocida se acerca a esa última  mesa, cuando oyes esa voz conocida:

-¿La penúltima chicos?




miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Quién teme a Virginia Woolf?


Babum, babum, babum…
Puedo oír como late mi corazón. No consigo dormir, me siento enfermo, la alergia ha empezado pronto y respirar se convierte en un triunfo, o una meta.
La luz del despertador marca las tres y media, y unos jirones de luz de la farola en el exterior cruzan el cuarto iluminando un cuadro al fondo. Creo recordar que es el que me regalaron George y Martha cuando estuve en su casa de Nueva Inglaterra. Había recalado en la universidad de Nueva Cartagena para terminar mi tesis de historia.
La primera vez que los vi me recordaron de inmediato a Richard Burton y Elisabeth Taylor, los dos tenían esa  mirada intensa y salvaje de dos seres que se odian, pero no pueden estar el uno sin el otro. Se contaba por aquel entonces en el campus la última fiesta, era notoria la afición de ambos tenían por el alcohol.
Antes de conocerlos me habló de ellos uno de los profesores de biología, Nick se llamaba, contaba que George y Martha le invitaron a él y su mujer a las últimas copas nada más llegar, por aquel entonces eran los nuevos. Contaba, que no hubo ni un momento en el que no se sintieran manipulados, agredidos, era como una película en blanco y negro de Mike Nichols, que sería una película excepcional, dura, pero excepcional.
Mientras hablaba yo imaginaba  la situación en sucesivos planos, llenos de miradas de odio y whisky o bourbon o coñac, daba igual. Con cada nueva copa un trapo sucio con el que golpearse, llego un punto en el que incluso ellos dos, Nick y su mujer se vieron envueltos, manipulados por la pareja.
Durante  un  momento, creo que el sueño por fin llega, me vence, pero solo es un espejismo y busco con avidez el medicamento para descongestionar mi nariz. Oigo como los vecinos de al lado llegan, los tacones de ella y la recriminaciones de él. Estoy tan habituado que casi puedo adivinar cuando callan, cuando sus espaldas se oponen en la cama. Y sigo recordando aquella vieja historia.
Contaba aquel tipo que fue su noche más larga, que incluso con todo aquel alcohol que bebieron no pudo olvidar lo juegos crueles con los que se obsequiaban sus anfitriones, humillación tras humillación, agresividad, pasividad, violencia mutua. Llegaron hasta inventarse un hijo no nacido, con el que se manipulaban, con el que seguían humillándose. George, harto, vencido, buscando la venganza final, uso su comodín, decidió “matar a hijo” ahí se terminó todo, ahí cayeron las defensas de ambos, para Martha era tan real ese hijo, como si cumpliese años ese día, lo notó de inmediato en la mirada de ella, en sus lágrimas. Ellos se fueron amanecer, rendidos. Un último vistazo, hacia la ventana, allí estaban confortándose, entre la tristeza provocada.  No volvieron a verlos.
Yo los conocí un día antes de volver, en aquella casa que yo no había podido quitarme de la cabeza después de la historia de Nick. Los encontré más calmados, amistosos incluso aplacados por la edad. Recuerdo ese cuadro colgado en el estudio, y mi sorpresa cuando me lo ofrecieron como regalo de despedida. Aunque tenía curiosidad por comprobar aquella historia, no había necesidad. Sus ojos lo decían todo.
No sé por qué he recordado esa historia, me siento cansado.
Ahora me zumban los oídos, siento el peso del sueño y de los analgésicos. Me acomodo la almohada. El despertador marca las cinco, se han apagado las luces de la calle y la habitación se queda a oscuras, solo veo tonos grises. No hay ruido, y una cancioncilla comienza a repicar como un mantra en mi cabeza mientras me duermo:

--¿Quién teme a Virginia Woolf, Virginia Woolf?

domingo, 17 de febrero de 2013

Días de vino y Rosas


Anoche soñé en blanco y negro, algo extraño, porque últimamente he soñado en color y scope.
Veía un bar atestado de gente, ruido. Un tipo buscaba chicas por teléfono, ruido entre planos medios. Apareció una mujer rubia, orgullosa, se parecía a Lee Remick, (equívocos), después olas, mar y olor a whisky, y futuro sexo contenido.
Me dolía la cabeza, no me sienta bien el mar y no soy buen bebedor, una vuelta en la cama.
La misma mujer. Más planos medios entre sombras grises, y un calor intenso en mi mejilla, ella le golpea. Silencios,  miradas. Arrepentimiento, más planos medios, atracción. El tipo ahora intenta convencerla con más miradas tramposas, sonrisas, más miradas de hermosos ojos verdes, más alcohol. Ella sucumbe, entre el encanto del tipo y sus primera copa “brandy Alexander con chocolate” más alcohol, palabras entumecidas, casi puedo notar el peso de la pequeña botella de bourbon el bolsillo de su abrigo.
Escucho sus palabras intentando atraparla, pero yo solo veo sus ojos. Más bourbon.
Aunque sé que es un sueño, a mí también me duele la cabeza, puedo sentir su resaca salvaje. Noto la garganta  áspera.
Otra vez veo los ojos verdes de ella, cuando el tipo, que se parece a Jack Lemmon, ya ha tomado posesión de su apartamento. Primer beso. Sonrisas.  Ella ya ha sucumbido. Aparece el padre de ella, sabe que la ha perdido, lo dice su mirada. Tiene miedo, se han casado. -Ahora soy yo el que siente la resignación y el odio del padre-, no le importa ella quiere beber.
Elipsis radical, ahora veo una hija. Más fiestas, más alcohol, me impresiona mucho su cara, el cambio, su agobio, sigue bebiendo, bebiendo.  Sólo. El busca la redención, con unas flores robadas, sonrisa estúpida esa que aparece cuando se van de las manos las copas. Explicaciones, excusas, más escusas. Voces. Llanto.
 Esos ojos verdes ya no brillan,y ella no sonríe y bebe para acompañarle, para no perderle. Ya no me gusta este sueño. Veo a Lemmon caer en picado, beber, más y más, ahora ella también bebe y cae.
Otra elipsis, la niña ha crecido y la mujer que se parece a Kristen Arnesen, cada día se parece más a él. Ha roto su vida. El ve su imagen en un cristal,  ve la sombra que se parece a Joe Clay, destrozado. Un momento de lucidez.
Ofrece cambios, promesas, más tentaciones, espejismos. Otra vez caída a los infiernos, esta vez en picado.
Veo su cara cuando lo internan, camisa de fuerza, veo todos los demonios del alcohol, de la culpa, quizá en su cara. Impresiona, aunque sea  un sueño.
Me quiero despertar.
Un desconocido le empuja a levantarse,  lo acepta, lo comprende, él fue su igual.  Acepta su problema mientras con un sudor frío. Redención. Ella no ... se aleja. Siento su debilidad su angustia, de nuevo. No puede seguir así, la quiere, incluso así, ebria.  No puede olvidar. Veo su culpa abrasando sus entrañas, cuando le intenta convencer otra vez del paraíso alcohólico con recriminaciones, 
Sus ojos, que murieron hace tiempo ahogados en un vaso de ginebra. Le culpa, y el se siente responsable, sucumbe al infierno de la humillación y de su amor por ella. Más humillaciones.
El ángel anónimo le rescata otra vez del infierno conocido. Ella no ha encontrado, no ha querido el camino, sus ojos no mienten. Confesiones. Dolor. Lágrimas. Manipulación. Firmeza. Adioses, más lágrimas.
Despierto a tiempo de ver una ventana, el neón de un bar iluminando la noche. Unos ojos humedecidos. Esperanza. Estoy seguro de haber visto una película excepcional en un mal sueño,
Fundido a negro.


 largos son los días de vino y rosas, de un nebuloso sueño, surge nuestro sendero. Y se pierde en otro sueño –

domingo, 3 de febrero de 2013

Querido Humprey Bogart:


Despertó mientras la lluvia azotaba  la ventana de la habitación.
 
Las primeras décimas de fiebre habían comenzado su trabajo a lo largo de la madrugada, otra vez había soñado con Bogart, el Bogey de Casablanca, del El Sueño Eterno, de  La reina de África, siempre pensó en él como el hombre.
Unos jirones de luz grisácea se estancaban en su cabeza ofreciendo una atmósfera irreal a la madrugada. El suelo de la habitación estaba helado, pisarlo fue como si docenas de alfileres se clavasen en la nuca todos a un tiempo.
 
El espejo del baño le devolvió inmisericorde la expresión indolente de esas personas que han perdido algo y no tienen interés alguno en volver a encontrarlo. Fiebre
 
Aún resonaban retazos de la conversación de la noche anterior con Manuel, -que si no podíamos seguir así, - que si esto no era lo que habíamos acordado, etc., etc… mientras fijaba la mirada perdida el fondo de su vaso como si buscase cada una de las excusas con las que le estaba obsequiando. Lo que no conseguía recordar era como habían llegado a ese punto, pero ya daba igual, los hombres no saben que decir cuando se les rinde el destino, y lo que es peor a veces no saben cómo merecerlo. Se produjo un silencio largo y aturullado en la mesa.

Llovía débilmente, pero sin parar cuando salió sola a la calle.

Levantó despacio las solapas de la gabardina y comenzó a caminar, la ciudad entera brillaba bajo los efectos de la lluvia y los primeros neones de los locales cercanos. En aquellos momentos esa ciudad parecía tan desamparada como lo estaba ella, dolida, pero no débil.

No recordaba cuanto tiempo había pasado caminando, pero la puerta le resultaba familiar, había llegado a su casa. Unos leves escalofríos la devolvieron a la realidad, el agua empapaba cada uno de los centímetros de la gabardina hasta su vestido nuevo, y ahora solo le era prioritaria la promesa de un  sueño reparador y nutricio de un Cola-Cao con galletas, y un analgésico, sentía la cabeza turbia.

Sucumbió de inmediato al cansancio, a la lluvia, a la nostalgia de los deseos.  Así hasta este momento.

Sonrió frente a la ventana de la habitación mientras la primera luz de la mañana se filtraba densa entre la lluvia, no le importaba el futuro resfriado. Recogió la bata y las zapatillas, mientras  calentaba el primer café de la mañana rebusco entre los cajones del escritorio hasta encontrar unas hojas de papel amarillento de carta.

 Empezó a escribir:
 

Querido Humprey Bogart:

Hace tanto tiempo que te he querido, que he aprendido a querer el recuerdo de ese sentimiento, que me siento condenada a enamorarme de los recuerdos y una de las cosas que más me gustan es recordar limpiamente…