miércoles, 21 de septiembre de 2011

¿De qué color eran sus ojos?

Tenemos  esas amistades que cuando menos te lo esperas van y te lanzan un órdago - ¿Por qué no escribes algo sobre tetas? Que lo del otro día estuvo bien. Si, algunos son así. Creo que fue mi parte cromañón la que aceptó,  a fin de cuentas  los hombres nos enamoramos de una mujer al mirarle la cara, los ojos,  pero una de las primeras cosas que nos atraen de ellas  son sus senos, sin ambages.

Pues nada, recojo el guante, me fascina la posibilidad de elogiar cualquier parte de la mujer  o a la mujer entera.

Le empiezo a dar vueltas al asunto en el tren,  al volver a casa, tomando buena nota como un discreto (o no) voyeur de cualquier ejemplo inspirador. En esas ando cuando,  para no variar, la voz femenina ferroviaria anuncia retraso, el tren  se para en una estación y nada paciencia… alzo la vista de mis hojas, y al otro lado de la ventana aparecen unas piernas a la altura de mis ojos,  solo  unas piernas pero…

Son dos piernas sutiles, largas, interminables autopistas hacia el cielo. Empecé entonces a imaginar el resto del cuerpo que las continuaba, la cintura exigua  que las asienta, el pecho que le otorgaría  la rotundidad final, las manos que explicarían la piel antes de llegar a su boca, presumida, insinuante.  Así sin prisas, regodeándose en la quietud ambigua que insinuaban sus piernas en ese momento.

Imaginé la templada y sedosa piel, deslizando el tacto de mi vista hacia el empeine, que recogía sus pies dejando entrever los dedos en el escote de sus zapatos, discretos de aguja, tacón elegante y moderado. Qué pena de inverno para no poder disfrutar de esa visión dentro de unas medias livianas marcadas de costura.

Aquella voz continuaba anunciando retrasos, por una vez no me importó.

Cambió de forma inesperada la posición de su cuerpo, dejando durante unos segundos a la vista sus pantorrillas espléndidamente elásticas bajo su falda, contundentes hacia sus tobillos, cargando durante unos segundos el peso, sobre su pierna derecha, como cuando un jinete cambia el ritmo.

Fumaba matando el tiempo de espera, con la mirada hacia la ventana,  sentía el agudo estimulo de sus ojos,  con los míos.  Aspira una nueva bocanada enervando la espalda,  haciendo renacer de nuevo sus pantorrillas. Sus piernas, sólidas, discretas, ligeramente curvas, mostraron de nuevo el comienzo de unos muslos igual de sólidos, en los que con una mezcla de pereza y contemplación de demoré. Creo que fue cuando ella fijo sus ojos en los míos, o eso creí,  entonces esperando  un movimiento nuevo, un jaque a mi atrevimiento, nada,  una nueva bocanada a su cigarrillo.Yo insistí congelado en la visión de sus piernas.

Me pregunte de nuevo, quien sería el afortunado, mientras media cada pliegue de sus rodillas, de repente dibujo entonces una sonrisa, convirtiendo sus pupilas en labios opacos, repartiendo de nuevo por mi columna vertebral una autentica descarga de deseo. Quería saber su nombre.

Entonces, de nuevo la voz del  tren, esta vez anuncio de forma rítmica que el problema se había solucionado  que continuábamos, cerrando las puertas con una premura poco elegante.

Así, sin ceremonia alguna el tren empezó a moverse, contemplé a la dama mientras se alejaba también, descubrí con  una cierta tristeza que aquellas piernas magnificas también le servían para caminar, mientras me iba invadiendo poco a poco la melancolía.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Culos, pompis, nalgas y traseros

Sometido a alguna de esas conversaciones profundas de las tantas de la noche, cuando encima de la mesa ya alguna que otra botella de Guiness vacía, una charla informal, no hay hueco para el deporte, la charla se reconvierte en algo profundo en un segundo, liviano al siguiente, llegamos a las mujeres, actuales, pasadas o futuras de nuestras vidas.

A hablar de nuestras debilidades o preferencias sobre ellas. Segundo profundo,  y creo que si las brumas irlandesas de la noche anterior no me juegan una mala pasada y leéis lo que escribo abajo notaréis cual fue mi elección.

Culo tiene esa “u” profunda que sostiene al  resto de la palabra dándole firmeza, de la que carecen el resto de las palabras que identifican la parte de la anatomía femenina de la que me gustaría hablar, como trasero, nalgas, pompis. Es la firmeza de las mujeres de nuestro tiempo, profesionales, deportistas, adolescentes de profesión que presentan todo el fascinante elenco, a saber culos prietos, breves,  altos, respingones, infantiles, pugnantes.

Lo confieso, me gusta la palabra culo. Trasero o posaderas me suenan vulgares, pompis, cursi  imagino a una mujer con aspecto de abeja, glúteos es diferente también tiene esa “u” profunda que sostiene al resto de la palabra, los glúteos  son un lujo de la naturaleza una especie de cola de pavo real desplegada. Una llamada a la especie. Son intemporales y eternos, como el de Sofía Loren, como lo será el de Marion Cotillard.

Los hay beligerantes, embutidos unos pantalones vaqueros, los hay expresivos o sobrios dentro de una falda, cualquiera de ellos, todos van dejando su mensaje allá por donde pasan, ¿quién  no se ha vuelto de forma sutil (o no) a mirar a esa mujer que pasa bizarra por la calle, y la ha seguido con la mirada varios metros más allá?Sin lugar a dudas el culo de la mujer es más expresivo que el del hombre, nadie lo puede negar, de hecho lo es todo el cuerpo, la mujer vive más enredada con él, es toda alma que dice a través de su cuerpo.

Nos seduce del  culo femenino en primera instancia su pura materialidad, luego su gracia y expresividad, vestido o desnudo, alto  o bajo, grande o pequeño. Y aunque a veces lo veamos así, separado, plural como las dos mitades de una manzana, nos gusta  realmente como una unidad singular, como el alma.

Para todas las mujeres que quise y las que quiero, con el mayor de los respetos y admiración.