miércoles, 6 de julio de 2011

El Gato

Aquel podría ser perfectamente un dolor de cabeza de magnitud diez, el problema es que no recordaba haber bebido la noche anterior, así que lo tomó como un mal augurio.

Cientos de agujas parecían disfrutar clavándose de forma insistente e inmisericorde ahora en sus pupilas, ahora en sus ojos, durante unos segundos fue capaz de mantener los ojos abiertos, justo para distinguir a su gato Lucas, entre la foto de su viaje a Nueva York y la despedida de soltera de Luisa.

Durante ese instante creyó reconocer la mirada reprobatoria de una profesora de económicas, pero no podía ser, su gato le caía bien.

Se refugió entre las sábanas, era sábado, de eso estaba segura así que no tenía prisa alguna, el gato desistió de reclamar la atención, saliendo por la puerta orgulloso y ofendido con bufido reprobatorio.
Durante unos instantes, con los ojos cerrados bajo la sábana se hizo un vacío, ni reloj, ni gato, nada de nada.

Tranquilidad, tanto que el dolor de cabeza pareció aplacarse.
Nunca le había costado levantarse, pero hoy el reloj de la mesita había marcado ya dos veces la hora en punto cuando tomó la decisión de que ya era hora.

Sobre el borde de la cama se dio cuenta de que la vieja camiseta de los Rolling aún le quedaba bien, aunque era amplia dejaba adivinar su figura, sus pechos marcando el territorio hasta el principio de sus piernas como frontera, por eso le gustaba aquella camiseta y por los buenos recuerdos que le traía de aquel verano.
Una ducha ligera la hizo despertar de forma definitiva y abandonar los últimos restos de la tortura del dolor de cabeza.

Delante del espejo, mientras terminaba de secarse se sorprendió mientras se contemplaba desnuda ante el espejo, regia como una reina blanca en un tablero de ajedrez, notó como se ponía colorada, sonrió levemente y continúo sin cubrirse.

-Decidido, esta vez verbalizo el pensamiento de forma rotunda, mientras se ponía los vaqueros. Era el día perfecto para darse un capricho y aquel conjunto de “La Perla” iba a ser el premio perfecto, aquel sujetador granate con bordado de hilo de plata quedaría perfecto bajo el vestido de Donna Karan que se trajo en el viaje de Nueva York, otro capricho que esperaba el momento perfecto el armario.

Un café, mientras ordenaba despacio la cartera. Tenía que mirar aquel bolso, ahí, colgado del perchero parecía más una mochila a punto se salir de acampada que un shopping bag.De nuevo, notó la mirada de su gato, le miraba como su madre cuando volvía a casa con unos zapatos nuevos.

Cerró la puerta con un poco de complejo de culpa, aunque estaba segura que unas tortitas de arándanos y un capuchino en aquel café cerca del Teatro Real lo borrarían de inmediato.



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