sábado, 23 de julio de 2011

el mar y una fotografia

El otoño empezaba a dejarse notar pidiendo paso entre los últimos días de agosto. Las fiestas locales  habían terminado hace unos días y el en el pueblo solo quedaban los últimos turistas rezagados.

La luz comenzó a filtrarse entre las cortinas del dormitorio. Abrió los ojos lentamente, tras un leve escalofrío. No podía evitar sentirse un poco intimidado ante la imponente presencia de aquel monolito de cedro que se alzaba al fondo de la habitación.
Siempre le había parecido que el sólido y ajado armario se parecía al de las novelas que le leía su abuelo, las que salía aquel león enorme, y aunque de joven se había quedado encerrado muchas veces dentro probando  a ver si también le llevaba a algún reino mágico, los únicos seres fantásticos que había conseguido ver allí dentro eran unas enormes polillas que ejercían de celosas guardianas del único secreto que aún guardaba desde crío, una vieja botella cerrada que encontró  en la playa, era su botella con mensaje, y que por alguna razón había preferido inventarse historias sobre ella y su carta en lugar de abrirla.

Aún reposaba en el fondo del armario cerrada.

Hace fresco y esta gris.   La casa estaba en silencio y desde el refugio de la manta no se oía nada, quizá un poco de viento a través de alguna ventana abierta, olía a lluvia futura.
 Marta y la peque habían salido el día anterior, ella se había empeñado en probar la nueva estación de tren y así aprovechar para llegar descansadas a Madrid. Es probable que si no hubiera tenido que terminar algunos arreglos en la casa para poder cerrar la casa también se hubiese marchado.  En las últimas semanas  había pasado muy poco tiempo con ellas.

El reloj del pasillo marcó las nueve. El agua de la ducha estaba caliente, compensado el suelo de piedra que aún guardaba el frío de la madrugada, de forma rutinaria iba repasando las cosas que tenía que llevarse de nuevo a Madrid, pese a que casi todas las maletas ya estaban en el coche desde ayer, habían terminado de empaquetar bajo la supervisión de Marta y en previsión de la suya de olvidarse las cosas.

En la cocina, un café caliente y el último cruasán de la bolsa para desayunar. Había terminado pronto la tarde anterior, así que decidió despedirse del verano con un último paseo hasta el pueblo.  La casa del abuelo como la llamaba,  era una de esas casas que se construyeron al inicio, antes de que el pueblo empezase  a crecer, le separaban al menos treinta minutos de paseo.  Así que cogió una chaqueta y la vieja Hasselblad del aparador, aún le quedaba una última cosa por hacer.

La pesada puerta de madera se cerró por sí sola, y el sabor del aire salado del mar no tardo en fijarse en los labios.  Unos metros más allá se podía divisar a lo lejos, tranquila y en calma “Cala Margarita”. Era difícil pasar por aquel  paisaje y no pensar en una postal de libro.
Reanuda el camino. Y poco a poco la perspectiva del paisaje va cambiando, los tejados de las primeras casas del pueblo aparecen ante sus ojos. Algunas persianas aparecen ya cerradas, parroquianos que se apresuran a sus tareas, otra calle blanca más, en un patio suena una guitarra temprana, no le cuesta nada reconocer “Entre dos Aguas”, ha puesto tantas veces esa canción a la cría para dormirla que no puede evitar sonreír.

Recuerda perfectamente todas esas calles, algunas caras ya han desaparecido y otras le saludan de forma efusiva, como solo saludan en los pequeños pueblos, y se despiden hasta el año que viene.

 El camino de vuelta se le antoja más corto,  cuanto más a gusto se siente el tiempo parece ir deprisa y casi sin darse cuenta tiene de nuevo ante sus ojos la arena blanca y fina de la cala. Desde la primera vez que la fotografió  noto que algo mágico se había fijado a través del visor en cada una de las instantáneas y su memoria, dejando instaurada desde aquel momento la tradicional foto del  final del verano de aquella playa.

 Click! le encanta el sonido mecánico del disparador de la cámara  Click! Perfecto.

Podría  estar horas allí, como en tantas otras ocasiones, buscando refugio. Más  gris en el cielo y sobre las olas.El zumbido del móvil le devuelve a la realidad como una bofetada a destiempo. La voz de Marta suena al otro lado del auricular…

-¿Qué tal la foto del este año? ¿Todo bien? Ten cuidado a la vuelta. –Me suelta así, sin más, casi maternal.

Por eso se siente tan bien con ella, por que como en esta Cala, sobran las palabras, aparecen en el momento oportuno.  Recoge un puñado arena en la mano y una última mirada.

Comienza a llover sobre el Mar.

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