Babum, babum, babum…
Puedo oír como late mi corazón. No consigo dormir, me siento
enfermo, la alergia ha empezado pronto y respirar se convierte en un triunfo, o
una meta.
La luz del despertador marca las tres y media, y unos
jirones de luz de la farola en el exterior cruzan el cuarto iluminando un
cuadro al fondo. Creo recordar que es el que me regalaron George y Martha
cuando estuve en su casa de Nueva Inglaterra. Había recalado en la universidad
de Nueva Cartagena para terminar mi tesis de historia.
La primera vez que los vi me recordaron de inmediato a
Richard Burton y Elisabeth Taylor, los dos tenían esa mirada intensa y salvaje de dos seres que se
odian, pero no pueden estar el uno sin el otro. Se contaba por aquel entonces
en el campus la última fiesta, era notoria la afición de ambos tenían por el
alcohol.
Antes de conocerlos me habló de ellos uno de los profesores
de biología, Nick se llamaba, contaba que George y Martha le invitaron a él y
su mujer a las últimas copas nada más llegar, por aquel entonces eran los
nuevos. Contaba, que no hubo ni un momento en el que no se sintieran
manipulados, agredidos, era como una película en blanco y negro de Mike Nichols,
que sería una película excepcional, dura, pero excepcional.
Mientras hablaba yo imaginaba la situación en sucesivos planos, llenos de
miradas de odio y whisky o bourbon o coñac, daba igual. Con cada nueva copa un
trapo sucio con el que golpearse, llego un punto en el que incluso ellos dos, Nick
y su mujer se vieron envueltos, manipulados por la pareja.
Durante un momento, creo que el sueño por fin llega, me
vence, pero solo es un espejismo y busco con avidez el medicamento para
descongestionar mi nariz. Oigo como los vecinos de al lado llegan, los tacones
de ella y la recriminaciones de él. Estoy tan habituado que casi puedo adivinar
cuando callan, cuando sus espaldas se oponen en la cama. Y sigo recordando
aquella vieja historia.
Contaba aquel tipo que fue su noche más larga, que incluso
con todo aquel alcohol que bebieron no pudo olvidar lo juegos crueles con los
que se obsequiaban sus anfitriones, humillación tras humillación, agresividad,
pasividad, violencia mutua. Llegaron hasta inventarse un hijo no nacido, con el
que se manipulaban, con el que seguían humillándose. George, harto, vencido,
buscando la venganza final, uso su comodín, decidió “matar a hijo” ahí se
terminó todo, ahí cayeron las defensas de ambos, para Martha era tan real ese hijo, como
si cumpliese años ese día, lo notó de inmediato en la mirada de ella, en sus lágrimas. Ellos
se fueron amanecer, rendidos. Un último vistazo, hacia la ventana, allí estaban confortándose,
entre la tristeza provocada. No volvieron a
verlos.
Yo los conocí un día antes de volver, en aquella casa que yo
no había podido quitarme de la cabeza después de la historia de Nick. Los
encontré más calmados, amistosos incluso aplacados por la edad. Recuerdo ese
cuadro colgado en el estudio, y mi sorpresa cuando me lo ofrecieron como regalo
de despedida. Aunque tenía curiosidad por comprobar aquella historia, no había
necesidad. Sus ojos lo decían todo.
No sé por qué he recordado esa historia, me siento cansado.
Ahora me zumban los oídos, siento el peso del sueño y de los
analgésicos. Me acomodo la almohada. El despertador marca las cinco, se han
apagado las luces de la calle y la habitación se queda a oscuras, solo veo
tonos grises. No hay ruido, y una cancioncilla comienza a repicar como un mantra en mi cabeza mientras me duermo:
Who's afraid of Virginia Woolf!;)
ResponderEliminarMe ha encantado este texto.
Muchas gracias Lola.
Eliminar