Despertó mientras la lluvia azotaba la ventana de la habitación.
Las primeras décimas de fiebre habían comenzado su trabajo a
lo largo de la madrugada, otra vez había soñado con Bogart, el Bogey de
Casablanca, del El Sueño Eterno, de La
reina de África, siempre pensó en él como el hombre.
Unos jirones de luz grisácea se estancaban en su cabeza
ofreciendo una atmósfera irreal a la madrugada. El suelo de la habitación
estaba helado, pisarlo fue como si docenas de alfileres se clavasen en la nuca
todos a un tiempo.
El espejo del baño le devolvió inmisericorde la expresión
indolente de esas personas que han perdido algo y no tienen interés alguno en
volver a encontrarlo. Fiebre
Aún resonaban retazos de la conversación de la noche
anterior con Manuel, -que si no podíamos seguir así, - que si esto no era lo
que habíamos acordado, etc., etc… mientras fijaba la mirada perdida el fondo de
su vaso como si buscase cada una de las excusas con las que le estaba
obsequiando. Lo que no conseguía recordar era como habían llegado a ese punto, pero
ya daba igual, los hombres no saben que decir cuando se les rinde el destino, y
lo que es peor a veces no saben cómo merecerlo. Se produjo un silencio largo y
aturullado en la mesa.
Llovía débilmente, pero sin parar cuando salió sola a la
calle.
Levantó despacio las solapas de la gabardina y comenzó a
caminar, la ciudad entera brillaba bajo los efectos de la lluvia y los primeros
neones de los locales cercanos. En aquellos momentos esa ciudad parecía tan desamparada
como lo estaba ella, dolida, pero no débil.
No recordaba cuanto tiempo había pasado caminando, pero la
puerta le resultaba familiar, había llegado a su casa. Unos leves escalofríos
la devolvieron a la realidad, el agua empapaba cada uno de los centímetros de
la gabardina hasta su vestido nuevo, y ahora solo le era prioritaria la promesa
de un sueño reparador y nutricio de un
Cola-Cao con galletas, y un analgésico, sentía la cabeza turbia.
Sucumbió de inmediato al cansancio, a la lluvia, a la
nostalgia de los deseos. Así hasta este
momento.
Sonrió frente a la ventana de la habitación mientras la
primera luz de la mañana se filtraba densa entre la lluvia, no le importaba el
futuro resfriado. Recogió la bata y las zapatillas, mientras calentaba el primer café de la mañana rebusco
entre los cajones del escritorio hasta encontrar unas hojas de papel
amarillento de carta.
Empezó a escribir:
Querido
Humprey Bogart:
Hace tanto tiempo que te he
querido, que he aprendido a querer el recuerdo de ese sentimiento, que me
siento condenada a enamorarme de los recuerdos y una de las cosas que más me
gustan es recordar limpiamente…
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