sábado, 14 de enero de 2012

Senos, pechos, busto, gintonic y trufas de chocolate

Llevo todo el día  dándole vueltas.
Anoche tuve un sueño, la verdad sería más correcto decir que soñé, creo que por un excesivo consumo de gin-tonics y trufas de chocolate belga, de buenas a primeras me encontraba rodeado de mujeres en topless,  en una especie de oasis de las mil y una noches. Fue extraño, confortable, aunque no reconocí a nadie.

Creo que debo unas pocas líneas a modo de égloga y agradecimiento a tan extraño y dulce sueño… Y a todas las mujeres que quise y que aún quiero.

Senos, busto, tetas, pechos, mamas,  todo es lo mismo, no se sé si es por una obsesión freudiana o puro vicio pero esos montecillos, esos altozanos agotadores, esos montículos delicados son una de las partes de la anatomía femenina objeto de mis  fantasías, y referente cuando unos ojos golosos que han de enfrentarse a la femineidad, aunque después intenten racionalizar con cierta turbación. Así que si lo contemplamos sin prejuicios, e intento reconciliarme conmigo o con nuestros posibles complejos ante las mujeres, nada hay más fantástico, salvo su trasero, que los pechos de una mujer, aturden, turban, que son solaz para soñar y desvelarse.

Ay!  Esa tentación del norte de la geografía femenina de infinitos placeres: el primero mirarlos, el segundo rozarlos, el tercero tocarlos y el cuarto adivinarlos, placeres que atañen a los sentidos, oler, mirar, embriagar, sucumbir, derretirse y otros tantos más. Pechos grandes, menudos altivos, provocadores, naturales, pendencieros, altos, bellos, blancos, sublimes, poderosos… pechos que desasosiegan, que enervan, que nos sumen en el delirio, rebeldes que imponen su poderío. Quien tendría la peregrina idea de ocultarlos bajo un sostén y aunque el resto de la lencería sea apasionante, el sujetador no deja de ser un cerrojo que aprisiona, que impide disfrutar de ese suave bamboleo, del vaivén o el ajetreo firme del movimiento, el roce del pecho desnudo sobre una blusa de seda, son una metáfora del confort, un placer inigualable para los sentidos
Y que decir de esa poesía hecha carne, de ese epicentro del placer de los senos,  el pezón. Allí es dónde se terminan las licencias, donde se ponen barreras a las miradas caprichosas, dónde se pierden los sentidos, y si se muestra altivo como una evidencia onírica enerva mas los sentidos, me surge la pregunta ¿quién le ha dado ese don de excitar cuando solo es una quimérica víspera? Es una obra universal, que solo tiene valor en la anatomía femenina.

Son  un embrujo los pechos de la mujer, siempre a la vanguardia, una avanzadilla de su poder universal, ejerciendo su poder sobre la soberbia masculina.

Y mientras tanto,  creo que voy a ver si me quedan trufas y más gin-tonic, y quizá me tumbe un ratito.
Muchas gracias queridas señoras, conocidas o no.

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