Tenía
pensado rehacer la cama una vez hubiera terminado el primer café de la mañana,
que empezaba a enfriarse huérfano en la
cocina.
Uno o dos
instantes antes de cualquier otro instante comenzó a respirar de forma
atropellada, la cama ya no aliviaba la ansiedad. Notaba como el corazón se iba
acelerando poco a poco, haciéndose gigante, el liviano edredón de plumas ahora parecía
ahora una losa, un espacio entre dos realidades. La sombra pasó y tras ella
nada.
Quiero tomarme el café sin ser
notada.
Sentada
sobre el borde de la cama con un gesto que duró más de lo común, las manos
aferradas a las sábanas recién compradas, lloró un par de lágrimas silenciosas,
sin sorber, sin atreverse a llevar las manos a las mejillas para sofocar el
leve cosquilleo.
Que tonta- pensó
Estiró las
manos hacia el techo, parecieron diez horas hasta sentir las yemas de los dedos.
Debía darse prisa el tiempo se le echaba encima. Un movimiento natural se
incorporó de forma audaz.
Justo
enfrente tenía enmarcada aquella foto firmada de Bogart y Bacall en “Tener y no
tener” que compró en un mercadillo de Nueva York. Aquella foto en la que ambos
se miran como si el mundo se hubiera parado en ese momento, aquella en la que las
manos de Bacall le aferran en un beso congelado para la historia.
Siempre le gustó
esa foto.
Su estómago
le recordó que aún no había desayunado, unos pasos medidos la acercaron a la
cocina.
El café se
dejó atrapar de forma misericordiosa, salvado del frío y la insipidez dando una
tregua a su estómago. El propio gesto, insignificante en si la hizo sonreír. Sintió su pecho irse hacia delante.
El timbre de
la puerta hizo que mirase el reloj colgado en la pared.
-Pero aún estás así, en pijama.
-Ya te vale Marta, vas a llegar tarde
hasta tu propia boda.
¿Cuántos instantes
habrían pasado desde su primer pensamiento hasta este último?
Las mujeres flotaron como moléculas, entre un guirigay
de risas. Ella dejo caer suavemente la taza sobre la mesa.
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